«La casa de atrás»
«La casa de atrás»
Es la primavera de 1947. Otto Frank tiene un libro en las manos. En la cubierta se ven nubes borrascosas y el título del libro: La casa de atrás. Arriba, en letras amarillas, está el nombre de la escritora: Ana Frank. Dentro de un par de meses, Ana cumpliría dieciocho años. Y qué increíblemente orgullosa habría estado de este libro, este libro de verdad, en el que trabajó durante el periodo en que estuvo escondida en la casa de atrás. Se había preguntado tantas veces a sí misma si escribía lo suficientemente bien como para publicar un libro. Y si a la gente le interesarían sus relatos lo suficiente como para leerlos. Y ahora el libro está ahí. El sueño de Ana se ha convertido en realidad.
El libro nunca podría haberse publicado si las auxiliadoras Miep y Bep, tras el arresto de los escondidos, nunca hubieran regresado a la casa de atrás. Poco después de que el Servicio de Seguridad alemán arrestara a la familia Frank, la familia Van Pels y al dentista Pfeffer, Miep y Bep entraron a escondidas en la casa de atrás y se llevaron de allí el diario y otros cuadernos; cuadernos para llevar la contabilidad y hojas sueltas, que Ana había escrito totalmente. Miep los había guardado en un cajón para devolvérselos a Ana cuando acabara la guerra. Pero Ana no regresó.
Y por eso se los dio a Otto Frank el día en que este se enteró de que Margot y Ana habían muerto; ahora hace casi dos años. Durante el tiempo que Ana estuvo escondida, todas las noches, ella metía lo escrito en su diario en un maletín viejo que su padre guardaba a la cabecera de su cama. Él podía, no, debía cuidarlo. Él nunca había leído ni una sola línea del diario de Ana. Y todavía recordaba, perfectamente, cómo el día del arresto, el oficial del Servicio de Seguridad había volcado el maletín y cómo todos los papeles de Ana habían caído al suelo. Cuántas cosas habían ocurrido desde entonces.
Al principio, Otto solo había leído pequeños fragmentos. El relato de Ana sobre la vida de los ocho escondidos en la casa de atrás le conmovía tanto que casi le resultaba imposible leer. De los ocho, él era el único que no había muerto. Al leer, todos cobraban vida. Eso era demasiado doloroso.
Pero con el paso del tiempo, llegó un momento en que no podía dejar de leer el relato de su hija. ¡Ana escribía de maravilla! ¡Qué bien captaba todos los detalles y qué bien describía los caracteres de las personas! La descripción de las cosas que habían pasado era tan buena, que él las revivía perfectamente. Había humor en lo que escribía, pero también seriedad y tristeza. Estaba sorprendido, e incluso perplejo, de que ella hubiera pensado sobre tantas cosas. Los pensamientos de Ana y sus emociones eran mucho más profundos de lo que él nunca pudo sospechar.
¡Los diarios de Ana le intrigaban tanto, que quería contárselo a otros! Compartía trozos del texto con amigos y los traducía al alemán para que los pudiera leer la familia.«¡Mira lo que escribe Ana!», les decía muchas veces a Miep y a Jan, que le habían acogido afectuosamente en su casa al terminar la guerra. Pero a ellos también les resultaba muy difícil oír las palabras que había escrito Ana.
Algunos amigos le aconsejaron publicar el diario de Ana. Porque la gente tenía que saber lo que había ocurrido. Porque muchas personas, mayores y jóvenes, podían aprender muchísimo del relato de Ana. Y sobre todo, porque este era el más profundo deseo de Ana. Él había tenido que acostumbrarse a la idea. Los diarios de Ana eran tan personales…Había fragmentos que no le incumbían a nadie, como aquel en el que Ana habla mal de su madre. Él sabía que entre ellas no siempre había habido una buena relación. Pero ¿tenía que enterarse de esto todo el mundo? Ana y Edith ya no existían.
Sus amigos le convencieron. Los diarios de Ana eran tan especiales que había más gente que debía leerlos. Desde ese momento, él se había esforzado en encontrar un editor para publicarlos.
Ahora estamos en la primavera de 1947. Otto Frank sostiene La casa de atrás en sus manos. Se han imprimido tres mil ejemplares. El mayor deseo de Ana era ser escritora. Ahora, Ana es escritora.
Es la primavera de 1947. Otto Frank tiene un libro en las manos. En la cubierta se ven nubes borrascosas y el título del libro: La casa de atrás. Arriba, en letras amarillas, está el nombre de la escritora: Ana Frank. Dentro de un par de meses, Ana cumpliría dieciocho años. Y qué increíblemente orgullosa habría estado de este libro, este libro de verdad, en el que trabajó durante el periodo en que estuvo escondida en la casa de atrás. Se había preguntado tantas veces a sí misma si escribía lo suficientemente bien como para publicar un libro. Y si a la gente le interesarían sus relatos lo suficiente como para leerlos. Y ahora el libro está ahí. El sueño de Ana se ha convertido en realidad.
El libro nunca podría haberse publicado si las auxiliadoras Miep y Bep, tras el arresto de los escondidos, nunca hubieran regresado a la casa de atrás. Poco después de que el Servicio de Seguridad alemán arrestara a la familia Frank, la familia Van Pels y al dentista Pfeffer, Miep y Bep entraron a escondidas en la casa de atrás y se llevaron de allí el diario y otros cuadernos; cuadernos para llevar la contabilidad y hojas sueltas, que Ana había escrito totalmente. Miep los había guardado en un cajón para devolvérselos a Ana cuando acabara la guerra. Pero Ana no regresó.
Y por eso se los dio a Otto Frank el día en que este se enteró de que Margot y Ana habían muerto; ahora hace casi dos años. Durante el tiempo que Ana estuvo escondida, todas las noches, ella metía lo escrito en su diario en un maletín viejo que su padre guardaba a la cabecera de su cama. Él podía, no, debía cuidarlo. Él nunca había leído ni una sola línea del diario de Ana. Y todavía recordaba, perfectamente, cómo el día del arresto, el oficial del Servicio de Seguridad había volcado el maletín y cómo todos los papeles de Ana habían caído al suelo. Cuántas cosas habían ocurrido desde entonces.
Al principio, Otto solo había leído pequeños fragmentos. El relato de Ana sobre la vida de los ocho escondidos en la casa de atrás le conmovía tanto que casi le resultaba imposible leer. De los ocho, él era el único que no había muerto. Al leer, todos cobraban vida. Eso era demasiado doloroso.
Pero con el paso del tiempo, llegó un momento en que no podía dejar de leer el relato de su hija. ¡Ana escribía de maravilla! ¡Qué bien captaba todos los detalles y qué bien describía los caracteres de las personas! La descripción de las cosas que habían pasado era tan buena, que él las revivía perfectamente. Había humor en lo que escribía, pero también seriedad y tristeza. Estaba sorprendido, e incluso perplejo, de que ella hubiera pensado sobre tantas cosas. Los pensamientos de Ana y sus emociones eran mucho más profundos de lo que él nunca pudo sospechar.
¡Los diarios de Ana le intrigaban tanto, que quería contárselo a otros! Compartía trozos del texto con amigos y los traducía al alemán para que los pudiera leer la familia.«¡Mira lo que escribe Ana!», les decía muchas veces a Miep y a Jan, que le habían acogido afectuosamente en su casa al terminar la guerra. Pero a ellos también les resultaba muy difícil oír las palabras que había escrito Ana.
Algunos amigos le aconsejaron publicar el diario de Ana. Porque la gente tenía que saber lo que había ocurrido. Porque muchas personas, mayores y jóvenes, podían aprender muchísimo del relato de Ana. Y sobre todo, porque este era el más profundo deseo de Ana. Él había tenido que acostumbrarse a la idea. Los diarios de Ana eran tan personales…Había fragmentos que no le incumbían a nadie, como aquel en el que Ana habla mal de su madre. Él sabía que entre ellas no siempre había habido una buena relación. Pero ¿tenía que enterarse de esto todo el mundo? Ana y Edith ya no existían.
Sus amigos le convencieron. Los diarios de Ana eran tan especiales que había más gente que debía leerlos. Desde ese momento, él se había esforzado en encontrar un editor para publicarlos.
Ahora estamos en la primavera de 1947. Otto Frank sostiene La casa de atrás en sus manos. Se han imprimido tres mil ejemplares. El mayor deseo de Ana era ser escritora. Ahora, Ana es escritora.
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