La oreja de Dionisio
El historiador griego Diódoro Sículo, que vivió hace unos 2100 años, en el S. I a. C., aproximadamente trescientos años después de Dionisio, relata la pasión del Tirano por las letras y las artes, ya que amaba escribir poesías e invitar en la Corte a poetas y literatos de renombre. Aquellos correspondían a sus favores con la adulación y de este modo le convencieron de la belleza de sus versos.
Durante un banquete, solo el poeta Filóxeno tuvo la osadía de expresar con franqueza su discrepancia sobre la calidad de las rimas. Dionisio, herido en lo más profundo de su orgullo, le acusó de envidia, ordenando a sus siervos apresarlo en las canteras, justamente en la cueva en la que solía escuchar a escondidas las conversaciones de sus enemigos allí encerrados.
Al día siguiente se dejó convencer de perdonar a Filóxeno y fingiendo haber olvidado todo, lé mandó ir a la Corte. Durante otro banquete, Dionisio comenzó a recitar sus versos y jactándose, no perdió ocasión de preguntar de nuevo a Filosseno. Este, esta vez sintiéndose incapaz ni siquiera de abrir la boca, llamó él mismo a sus siervos, a los que ordenó ser encerrado de nuevo en las canteras.
Desde entonces aquella gruta se hizo célebre. ¿Saben quién fue el primero en llamarla Oreja de Dionisio? El gran pintor Caravaggio que, huyendo de Malta, llegó justamente aquí, a Siracusa el 1609 y quedó tan fascinado por estos relatos, que decidió ligar para siempre esa cueva al recuerdo del terrible tirano.
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